La riqueza del hebreo

Un poco de historia...
Originalmente los primeros rollos (libros) de las escrituras se han escrito en su mayoría en hebreo (exceptuando algunos en arameo) , los cuales conforman el Tanaj, nombre original hebreo, lo que luego se denominó "Antiguo Testamento", y que posteriormente serán citados una y otra vez por escritos posteriores que formarán parte de lo que llamamos "Nuevo testamento", el cual a pesar de ser escrito primeramente en griego (detalle a considerar), llamado griego koiné, fue hecho por judíos que mantenían parte de su cultura intacta.

¿Por qué el hebreo?
Si tenemos en cuenta que cada lenguaje conforma su sistema de interpretación inmerso en una cultura específica, entenderemos la importancia de ir a fondo en el estudio y la búsqueda del significado más genuino de cada expresión de las escrituras desde una perspectiva hebrea.
Cada palabra y oración emitida está ligada a una forma de pensamiento "estructurada" con reglas internas de cada lenguaje, el cual se convierte en un instrumento que manifiesta una identidad, un carácter.
Creemos que no es casualidad que Dios eligiera el hebreo para revelarse a su pueblo. Si investigamos más, es un idioma que se destaca por sobre muchos en expresividad, es predominantemente un lenguaje de verbos, las ideas abstractas se transmiten mediante sustantivos concretos. Es interesante que el hebreo en cuanto a los verbos no presta tanta atención al tiempo sino al estado de la acción y casi todas las palabras tienen su origen en la raíz verbal. Juan 1:1 nos dice que Él es el verbo! (en hebreo: Dabar), vemos un destello de toda la riqueza escondida en este idioma.

Nuestra experiencia
Por esto y más es que intentamos dejar en evidencia la necesidad de inquirir en este lenguaje y todo lo que esto implica (cultura, modismos, contexto histórico) y que con la ayuda indispensable de Su Espíritu pudimos experimentar que no solo es sumergirse en lo profundo de un lenguaje sino en Su misma esencia divina, que es Yeshúa, y que a Él le plació impregnar en este idioma.
Como casa de estudio el Señor nos ha permitido ver durante los últimos años las grandes diferencias en las traducciones bíblicas y sobre todo en interpretaciones que diferían sustancialmente del original hebreo bíblico.
Sabemos que los pensamientos, conceptos, y creencias que tenemos configuran la manera en la que actuamos y proyectamos nuestra realidad. También podemos confirmar que mucho de aquello en la vida de un cristiano, hijo de Dios, proviene de lo que hayamos interpretado personalmente de las escrituras o lo que nos hayan enseñado de ellas nuestros padres, pastores, etc. Como grupo hemos podido vivenciar un renuevo de parte del Señor en nuestra forma de ver muchas cosas, el Señor nos ha llevado a reinterpretar y escudriñar las escrituras de una manera que nunca antes habíamos hecho, llevándonos a un enfoque diferente de la realidad que el Padre anhela que vivamos. Sin dudas ha sido de gran bendición, crecimiento y riqueza para nuestras vidas y es eso lo que queremos compartirles.
Esperamos por este medio poder acercarles parte de lo que el Señor nos ha permitido descubrir en este tiempo, con la certeza de que es una porción que proviene de su corazón y que como parte de la Iglesia nos respecta y deseamos compartir.

Muchos diríamos que después de 70 años, pero en realidad nunca volvieron.   Recordemos que el reino de Israel se dividió durante el reinado de Roboam en el reino del norte, con 10 tribus, llamado Israel (efraimitas o samaritanos) y el reino del sur, con 2 tribus, llamado Judá (judíos o hebreos).  Vemos en la historia bíblica que Dios castigó al reino del norte y del sur por su idolatría, como consecuencia Israel fue cautivo por Asiria y dispersado hasta dejar de ser pueblo (Is. 7:8), siendo luego Judá cautivo por los babilonios, pero volviendo después de 70 años (Jer. 29:10) estos últimos son los que reedificaron y se asentaron como el Israel que hoy conocemos.

Es preciso mencionar el trascendental acto que Jacob realizó antes de morir, estando en Egipto, (Gn. 48) donde bendijo a los hijos de José, Manasés el primogénito y Efraín el menor, por inspiración de Dios. Jacob adoptó a sus nietos y los puso como primogénitos suyos y cabezas de tribu, poniendo a Efraín sobre Manasés, profetizando que el hermano menor sería un pueblo más grande que el del mayor.

Es interesante observar que en las escrituras no se muestran registros de reclamos por parte del primogénito (Manasés) por el acto de su abuelo Jacob, considerando que cuando los hijos de José recibieron la bendición ya eran mayores de veinte años y sabían lo que significaba la bendición del primogénito.  Encontramos en otros pasajes que estos hermanos siempre actuaban en unidad, nunca hubo entre ellos división, ni rivalidad.  Si hacemos una revisión en la historia bíblica veremos que los hermanos anteriores no tuvieron la misma conducta y además encontramos un patrón desagradable a los ojos del Señor; los primeros, Caín y Abel, celo y muerte.  Ismael e Isaac, celo y destierro.   Jacob y Esaú, engaño y amenazas de muerte.   José y sus hermanos, celo e intento de asesinato. Pero no fue así con Efraín y Manasés, de hecho, cuando su abuelo los bendijo declaró: (Gn. 48:20) por ti bendecirá Israel diciendo: “Dios te haga como a Efraín y Manasés”, en Israel se bendice con estas palabras a los varones y a las mujeres: “Dios te haga como Raquel y Lea que edificaron Israel”. 

Vemos cómo Dios desde un principio planeaba acercar a sí mismo un pueblo que no era pueblo, a las 10 tribus dispersas que nunca regresaron. Dice el señor en Ezequiel 37:19 “Efraín y Judá serán una sola vara en mi mano”, y en Efraín estamos incluidos todos los creyentes del mundo.

Sin duda una de las historias más enseñadas y recordadas en los círculos cristianos de la sociedad occidental es la historia de Jacob y Esaú, estos mellizos nacidos producto de la ferviente oración del patriarca Isaac y la virtuosa Rebeca (Gn. 25:21). La Torá (los primeros 5 libros de la Biblia) relata una pugna entre estos dos personajes desde el vientre (Gn. 25:22), al punto de que el nombre Jacob, que hace referencia a la palabra hebrea “ekev”, que significa “talón”, señala el hecho de que éste nació asido al talón de su hermano Esaú, como muestra de la competencia por la primogenitura. Esta rivalidad se manifestó a lo largo de toda la vida familiar de estos protagonistas, lo que se puede ver en el hito de la venta del derecho a la primogenitura de parte de Esaú a Jacob por un plato de lentejas (Gn. 25:30), y luego, teniendo su punto más álgido, en la suplantación de la identidad de Esaú por parte de su hermano Jacob, el cual motivado por su madre Rebeca (quien mostraba predilección hacia él, Gn. 25:28) se “disfraza” de su hermano (Gn. 27:5-17) para así recibir en él (Jacob) la bendición de primogenitura (señal de prosperidad y favor divino) destinada para Esaú, cumpliendo de esta manera, “a la fuerza”, la profecía de Génesis 5:23 (el mayor servirá al menor).

 

Es importante detenerse en las descripciones que hace la Torá respecto de nuestros personajes principales, y cada referencia que se encuentra de ellos a lo largo del relato.  Por ejemplo, de Jacob se dice en Génesis 25:17 que “era hombre íntegro que permanecía en las tiendas”, lo que ya denota una calidad moral positiva en el patriarca, a la cual los comentaristas complementan que se le atribuía por permanecer “en las tiendas” estudiando los principios morales entregados por Dios a Abraham (raíces semíticas). En cambio, de Esaú se menciona que era un hombre diestro en la caza (Gn. 25:27), que menospreció la primogenitura (Gn. 25:33) y carecía de honra y respeto por la fe de sus padres (Gn. 26:35). Este juicio moral queda aún más claro en la profecía revelada por Dios al profeta Malaquías (Mal. 1:2-3), en donde queda de manifiesto el amor de Jehová por su pueblo Israel en desmedro del desprecio que Él siente por Esaú (desprecio por el mal encarnado en Esaú).

 

De toda esta historia se pueden sacar profundas conclusiones acerca de cuál es la actitud que debe haber en el hombre para agradar a Dios. Obviamente la práctica de dicha actitud traerá bendición, integridad (como la de Jacob), sabiduría y cordura a la vida del hombre, ¿Cuál es esta disposición de corazón? Se puede ver en el Salmo 1, haciendo referencia al hombre que medita en la ley de Dios de día y de noche, el cual desarrolla un carácter firme para afrontar los desafíos y problemas que conlleva la existencia humana, o también se ve en el Salmo 119, en el cual se aprecia los beneficios de impregnar la palabra de Dios en las fibras más profundas del ser, beneficio originado en el carácter divino de su consejo (Sal. 119:89-96). De todo esto podemos concluir que la meditación profunda, dedicada, duradera y sostenida en la palabra de Dios, trae vida espiritual al hombre que la practique, atrayendo hacia sí integridad, bendición y favor divino, como se evidencia en la vida del patriarca Jacob, que luego Dios renombró como Israel. En contraste, la práctica del hedonismo desenfrenado, la exaltación del instinto animal y el amor a la vanidad no solo trae nefastas consecuencias en la vida natural del individuo que lo practica, sino que también actúa como agente repulsivo del favor y la bendición divina (Gal. 6:8, Prov. 5:21-23), lo cual ya se está evidenciando en consultas psicológicas y psiquiátricas, estudios sociales, y problemas socioculturales, manifestado como problemas de compulsividad y desequilibrios emocionales, entre otras problemáticas. Sepa todo lector que el mismo Dios que respaldó a Jacob (Israel) e inspiró a los salmistas, sigue manifestándose hoy por medio de su Hijo Yeshúa (Jesús), el cual se muestra como única esperanza para hacer morir el Esaú interno que ha vivido en el hombre y en la raza humana a través de los siglos, para así hacer vivir en nosotros la integridad de Jacob por medio del mismo estilo de vida que éste practicó, como dice en Juan 8:31-32 (NVI) “Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: —Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”.

 

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